La Psicología es la disciplina que estudia los procesos cognitivos, emocionales y conductuales de las personas, de modo que este estudio nos lleve a comprender cómo somos, cómo nos sentimos y cómo nos relacionamos. Desde que surgió como disciplina a mediados del siglo XIX, se han elaborado múltiples teorías que dan explicación a fenómenos tanto individuales como sociales, y sobre estas teorías se ha construido todo un corpus teórico que nos sirve para comprender, justificar y predecir la realidad.
Sin embargo, la Psicología, como todo conocimiento social, no escapa de las limitaciones culturales de su contexto. Y una de esas limitaciones, de la que cada vez sabemos más, es la ausencia de perspectiva de género.

El ejemplo más claro lo tenemos en que, en una carrera universitaria donde la inmensa mayoría de estudiantes somos mujeres (en España más del 70% desde 1985, según datos oficiales¹, el material de estudio está elaborado prácticamente en su totalidad por hombres. De hecho, si pensamos en referentes de la Psicología, a nuestra mente vendrán enseguida nombres de autores masculinos: Piaget, Vygotsky, Bandura, Carl Rogers, Skinner, Ellis, y así un largo etcétera. ¿Quién recuerda a Mary Ainsworth, que hizo tan enormes y esenciales aportes a la Teoría del Apego? ¿O a Melanie Klein, que creó la Terapia de Juego tan usada en psicoterapia infanti? ¿Y a Brenda Milner, a la que se atribuye haber fundado la rama de neuropsicología, tan en boga actualmente?.
Pero, más allá de este ejemplo, lo que realmente aporta la perspectiva de género a la Psicología es un eje de análisis profundo sobre aquello con lo que trabajamos, es decir, la construcción de la identidad, de las relaciones y de los malestares o sufrimientos que las personas sentimos.
La socialización del género
Desde que nacemos, incluso desde antes de nacer (con todo eso que se sueña acerca del futuro ser que viene), se nos asigna un género dependiendo de nuestra estructura biológica: o somos mujer o somos hombre. Dependiendo del cajón en el que nos metan (mujer u hombre) comienza todo un proceso de educación y socialización bien diferenciado en el que se nos carga con una mochila llena de creencias y exigencias acerca de lo que tenemos que ser o no ser para encajar en este mundo. Y, además, esos mandatos suelen ser opuestos y, de algún modo, complementarios: dependiente-independiente, pasiva-activo, cuidadora-productivo, frágil-fuerte, y así un larguísimo etcétera.

Esta mochila no sólo nos dice cómo tenemos que ser hacia afuera para que se nos acepte e integre en la sociedad, sino que determina de una manera férrea y profunda nuestra identidad. Es decir, determina la base sobre la que voy a construir la persona que soy: cómo me siento, cómo me pienso, cómo me posiciono en relación a las otras personas (atendiendo además a cómo yo las categorice: como mujeres o como hombres).
Según yo construya mi propio relato sobre el tipo de persona que soy, así voy a ser. Y cuanto más me repita ese relato, más profundamente se ancla esa concepción de mí, es decir, mi propia identidad. En primer lugar, es el mundo el que se encarga de construir una historia para mí: en casa ya veo cómo se reparten los roles y las tareas, quién se encarga de qué y de qué manera. Veo cómo se me habla y qué expectativas se ponen sobre mí, sobre lo que puedo y no puedo hacer. Los medios de comunicación, a través de anuncios, películas, canciones, etc., también reproducen en su gran mayoría ese mismo modelo, reforzando una y otra vez los mismos mandatos y creencias. Lo veo también reproducirse en amigas y amigos en la escuela, el ocio, etc. Y así, finalmente, acabo integrando ese modelo de ser como el único válido para pertenecer y ser aceptada/o por la sociedad en la que vivo.
De este modo, esa asignación primera que nos incluye en una categoría u otra, más allá de representar o describir una realidad fisiológica, construye el marco que va a delimitar mis posibilidades de ser.
Psicología con perspectiva de género, ¿para qué?
Si, como hemos visto, el género asignado va a delimitar en gran parte quién soy, parece lógico entonces pensar que en la Psicoterapia, que precisamente trabaja con los cimientos de la identidad para promover el cambio, sea indispensable la perspectiva de género como eje de análisis.
Para cambiar lo que pienso, lo que siento, lo que me duele, primero necesito comprender lo que ahora soy. Lo que soy es el resultado del cruce de distintas categorías y variables externas (cultura, familia, iguales, etc.) e internas (aquello que traigo en mi base genética y que será moldeado por el contexto). Y, como hemos visto, el género es una categoría que va a moldear de una forma determinante lo que soy y lo que puedo ser.

Por esto, es necesario que, en primer lugar, las personas que nos dedicamos profesionalmente a la Psicoterapia hagamos una revisión teórica crítica de los conocimientos que tenemos y que ponemos en práctica para facilitar el cambio de las personas con que trabajamos. Porque este conocimiento nos va a permitir comprender desde un lugar más profundo y real a la persona que tengo delante, y nos va a permitir establecer objetivos terapéuticos que traspasen la obviedad del síntoma y promuevan la transformación de la persona no sólo en un “acomodarse”, sino en un proceso real de autoconocimiento, aceptación y cambio.
Un ejemplo cotidiano lo podemos ver en los malestares que las personas adultas presentan. Según datos del Ministerio de Sanidad (y respaldado por lo que vemos en la práctica profesional)², la ansiedad y la depresión afecta más a las mujeres que a los hombres en una proporción de más del doble, y esto no es casual. No es ahora momento de hablar detalladamente de esto (más adelante habrá un post que trate este tema), pero es importante que entendamos cómo la comprensión de este fenómeno afecta a la manera de trabajarlo en terapia.
Si sólo miramos los datos, corremos el riesgo de naturalizarlos y afirmar que las mujeres tienen mayor tendencia a la depresión y la ansiedad por motivos biológicos. Desde este punto de vista, que es el tradicional y, por desgracia, el más habitual, el proceso terapéutico apuntará a objetivos dirigidos a incrementar las conductas consideradas reforzadoras (es decir, que nos proporcionan placer), a la modificación de pensamientos negativos y a la práctica de habilidades de autocontrol para manejar el miedo.
Sin embargo, si afinamos la interpretación, incluyendo el eje de análisis de género, entonces vemos que la depresión y la ansiedad en las mujeres suele estar relacionada con la construcción de una identidad que busca la validación en los otros en detrimento de la construcción de un proyecto de vida propio. Así, la necesidad de ser amadas y validadas nos coloca en un lugar de dependencia y no en un lugar de acción, lo que, a la larga, puede acabar generando sentimientos de incapacidad, falta de autoconfianza y, por lo tanto, una autoestima dañada. Como he dicho, más adelante escribiré largo y tendido sobre este tema, pero baste señalar este cambio de interpretación para entender que, en este caso, los objetivos terapéuticos van a apuntar ya no a lo que hacemos para sentirnos bien sino a lo que somos y lo que sentimos sobre lo que somos, a la transformación de mi identidad (es decir, aquello con lo que identifico) para construir un proyecto de vida satisfactorio que no dependa de valoraciones externas sino en mis propias capacidades y logros.
Por todo esto, las personas que nos dedicamos a la psicoterapia necesitamos incorporar la perspectiva de género a nuestra labor profesional (y, por supuesto, a nuestro propio desarrollo personal). Es un deber profesional y también ético, ya que va a influir directamente en la persona que deposita su confianza y su vulnerabilidad en nosotras/os. Como profesionales, debemos garantizar una práctica responsable y basada en un conocimiento profundo de los mecanismos que construyen el malestar y el sufrimiento. Y, por supuesto, debemos cuidar de no contribuir, bajo justificaciones psicológicas tradicionales, a la naturalización y, por tanto, invisibilización de roles que perpetúan la desigualdad entre las personas.
¹ http://www.inmujer.gob.es/MujerCifras/Educacion/AlumnadoUniversitario.htm
² https://www.mscbs.gob.es/estadEstudios/estadisticas/encuestaNacional/encuestaNac2017/SALUD_MENTAL.pdf